martes, 14 de junio de 2011

la procesión de la vida





En esas casualidades que da la vida, me encontré de repente, -y como ya es costumbre esta palabra-, “de repente”, estaba en un pueblo que celebraba su fiesta patronal. Cabal me tocó ver la procesión del santo homenajeado.
Hay momentos claves en la vida que toca ver la procesión. Recuerdo que en mi pueblo, las procesiones han sido muy santas. Con los cuates, que éramos una tanda de patojos shucos, mocosos, y con ropa remendada… yo por ejemplo, andaba pelón, “rapado de la cabeza”, porque decía mi mamá que así me libraba de las pulgas; y que casualidad, todos los demás patojos –que eran mis cuates- también andaban bien rapados de la “ñola”.
A lo que iba a contarte pues, con ese frio que hacía en el pueblo, nosotros estábamos haciendo de las nuestras: Nos metíamos debajo del anda y entre los cuatro o cinco nos poníamos de tranca para frenar la procesión… Aquello iba despacio, te imaginás lo que nosotros hacíamos para detener esa procesión. Total, que cuando nos cacharon que estábamos haciendo de las nuestras debajo del anda del santo patrono, pues nos sacaban, no del pelo, porque ya te conté que andábamos bien pelones, sino que al que agarraban le tiraban de las orejas. Después nos juntábamos para reírnos de las travesuras.
Te conté el otro día, a algunos de los nuestros se les ocurría comprar helados en bolsa; es decir, el puro hielo pintado de piña, de fresa, o de alguna chorradas de esas, pues era lo que comían delante de la gente santa que iba en la “proce”. ‘Dialtiro’ temblaban del frio los santos feligreses y aquellos chupándose su helado. Su kukito decían…
Ja! Eran historias de la fiesta las que vivíamos nosotros en esos años. Cosas de patojos, y nada que ver con lo de ahora. Por eso cuando me paré a ver la procesión de hoy, se me vinieron en la cabeza mis cuates y los momentos que viví también en mi pueblo.
Lo tremendo de esta procesión de hoy ha sido lo revelador de la gente. Curiosamente iban en la procesión patojos que hacer 15 años miré muy niños. Ellos eran ahora la gente que iba en esta procesión, puros jóvenes, patojos dirías vos. Me quedé respirando fuerte, y entendiendo que son algunos años los que han pasado, y que yo –tremenda dicha- todavía los pude ver. Algunos me miraron muy extrañados y saludaban con la mirada, o una sonrisa, o un ‘hola’ así quedito. Púchicas!, todavía me reconocieron. Aquellos eran patojos que hice reír, jugar y me divertí mucho con ellos también, ahora son jóvenes.
De seguro no me queda más que agradecer que todavía logré mirarlos, a pesar de los años y de la distancia… indudablemente me sentí viejo, y es que ya lo estoy, pero pasa en la mente como que fuera un ayer que disfruté, compartí y celebré también. Frente a mi pasó la procesión de años que tengo, y que también llevo en la espalda “mi anda”; algunas veces se hacer pesado, otras veces es muy llevadero, pero toca cargar nuestra propia anda...
Le dí gracias al san Antonio que pasó, porque me ha permitido ver el milagro de la vida, de la niñez, de la juventud y de la madurez acumulada. Hoy me preparo para una nueva etapa en la vida, en el proyecto y en los cambios que uno debe dar. Pensé en mis hijos, que también están creciendo y que ellos son esa revelación de que vale la pena vivir, disfrutar con libertad y de mucha entrega los momentos claves de la vida. Me dieron unas ganas, -como la de aquellas enormes ganas y gustos que te entran cuando te comés desde el árbol las cerezas, o los duraznos y las manzanas del vecino- ese mismo gusto, pero de cargarlos en los hombros… Ellos son mi procesión ahora, porque pasan haciendo el milagro de la bendición, de sentirte vivo, porque vivís para ellos. Sentí la necesidad de compartir con ellos y que también son la felicidad de este corazón que camina en los pueblos, con los hermanos y hermanas.
De repente surge este recuerdo, de esta procesión que vi con la fecha que se avecina, -algo así como cuando jugábamos de “tuero” en la calle, y saz, que te chacaban en la vuelta de la esquina-: el día del padre, que en este país se celebra. Porque ya está a la vuelta…
El día del padre es una procesión también, que así debe sentirse y celebrarlo… que llevas a tus hijos, a tus hijas en los hombros. Los vas luciendo en la calle, los vas presentando y que ellos y ellas te santifican también. Esa debe ser la verdadera procesión, la de caminar al lado de tus terruños. De que ellos te sientan como tu cuate, el más grande y, que sientan que cada día que pasa vas dejando la vida por ellos.
Me quité el sombrero ante el santo que pasaba en la “proce”, y así también me quito el sombrero ante tantos papás que hay, y que se entregan de todo corazón por sus hijos: los corrigen, los acompañan, lloran con ellos y ríen de felicidad. Construyen juntos a sus hijos un mejor país.
Pensé en mi papá, en lo terco, tenaz, frío y duro que es en la expresión del cariño, pero que en el fondo nos ha apoyado un montón. Lo miro y digo junto a la canción: “es un gran tipo mi viejo”. Definitivamente que es una bendición ver al abuelo y a los hijos en esta procesión de la vida.

manejé despacio mi taxi y me fuí meditando las palabras de estos dos viejos que iban en mi cacharro, de plano que hoy aprendí de ellos el amor de padre, y el cariño profundo por sus hijos. quería llegar corriendo a la casa para darles un fuerte abrazo a los míos... "ya será" me dije...

No hay comentarios: