Me tocó llevar a una señorita al aeropuerto,
- Dele un poco rápido porfa, voy tarde…
- No se preocupe seño, le dije, iré por los extravíos que conozco.
Era una hermosa mujer. Describirla me quedaría corto, mejor te la dejo, para que te la imaginés vos. Sólo eso dijo y se puso a leer "un" su libro.
- Llegamos, le dije con un cantadito de amabilidad.
- Que bien
Miró por todos lados, como buscando entre la gente a la persona que llegaría. Le salían los ojos. Yo se los vi vos: azules como una tarde de cielo azul. Pensé en aquellos ojos que a mí me miran con odio, con mucha rabia. Porque aunque vos no lo creas, los ojos comunican. Yo como que puedo leer ya la mirada. Pero ese no es el caso de hoy. Los ojos de hoy eran unos ojazos listos para irradiar, iluminar y amar…
Me pagó y se bajó corriendo. Corrió a un punto fijo donde ya había ido la flecha de "cupido". A lo lejos la miré volar y abrazarse efusivamente a su amado.
Como es costumbre, siempre miro la parte de atrás de los asientos, para ver si no se olvidan de algo los pasajeros que llevo. Cabal me encontré con un libro que quedó tirado, el pobre. Leí la tapa, "cometas en el cielo", de un tal khaled. Levanté la vista para ver si ya venía por su libro, pero estaba volando ya, parada de puntillas, como una bailarina, sostenida por su amado. La gente, el pueblo, se hacían a un lado y sonreían con celos al ver aquella pareja que ignoró al pueblo, para ellos dos no existía el pueblo. Sólo estaban ellos dos en el jardín del edén.
Aproveché para echarle una hojeada al libro. Zas!, me encontré con unas páginas que decía:
" (…) me has preguntado sobre el pecado y quiero explicártelo ¿estás dispuesto a escuchar?
(…) - bueno dijo Baba (papá) (…) sólo existe un pecado, sólo uno. Y es el robo. Cualquier otro pecado es una variante del robo. ¿Lo comprendes?
-Cuando matas a un hombre, le robas la vida -dijo Baba-, robas el marido a una esposa y el padre a unos hijos. Cuando mientes, le robas al otro el derecho a la verdad. Cuando engañas, robas el derecho a la equidad. ¿Comprendes?
(…) -No existe acto más miserable que el robo -dijo Baba-. El hombre que toma lo que no es suyo, sea una vida o una rebanada de naan…, maldito sea. (…)"
En esas estaba cuando oí un gorgorito que "pititititiiiiiteaba" una y otra vez, y otra vez. Yo me hice el loco, seguí agachado, como que no era para mí. El señor policía se me acercó y dijo: "muévase!". Quise seguir "ojeando" el libro, pero me quedé en esa parte bonita, reflexiva y directa con el que iba el diálogo del papá Baba con su hijo.
-estoy esperando a aquellos señores, le dije señalándole con la boca.
Porque así como somos nosotros, un poco trompuditos, tal vez por mucho señalar con la boca, rematé "uuuullá vuuueeeee"
El señor policía levantó la vista y sonrío. Se dirigió a mí otra vez y dijo: "usted y yo nunca tendremos un recibimiento así"
- Malaya, dije, nunca
- Bueno, pero píteles pues, porque se nos paraliza el aeropuerto con este par de tórtolos
- Mejor voy a decirles que se apuren, le dije al poli.
La verdad, no esperaba que se fueran conmigo en el taxi, más bien se lo dije como una salida para hacerle creer al poli que era viaje exclusivo. Era para devolverle el libro a la señorita.
- Seño, se dejó su libro en el taxi, le dije
- Ah, vale, gracias, dijo.
El chavo que estaba sostenido en esos brazos de cielo azul dijo "hola" y se fue abrazadito con su amada.
Subía ya en "mi" taxi cuando un viejo barrigón, bigotudo y con señas de "mala leche", pidió el viaje. Yo me "santigué" por si acaso. Uno nunca sabe si le llegan a robar la felicidad de hacer felices a los otros cuando se les lleva en el taxi.
Que oficio más bonito este que tengo, toca de todo, pero lo de ese día, en el aeropuerto, nunca lo voy a olvidar. Es decir, me di cuenta que mi trabajo hace felices a las personas, sea cuales sean las situaciones, por lo menos en este mes de marzo, toca hacer felices a las personas.
Miré para arriba. El cielo estaba azul, busqué un barrilete y nada… me sacudí la cabeza, como espantando algo, estamos en marzo pensé.
Un "friyito" que me caló en los huesos me regresó a la ruta del tremendo tráfico de la hora en punto.
De repente me pague este señor, dije, aunque sea que me diga ¡gracias!, me doy por satisfecho de que lo he hecho feliz a él también; tal y como hice feliz a la señorita aquella, llevándola corriendo al aeropuerto a encontrarse con su felicidad.
- Dele un poco rápido porfa, voy tarde…
- No se preocupe seño, le dije, iré por los extravíos que conozco.
Era una hermosa mujer. Describirla me quedaría corto, mejor te la dejo, para que te la imaginés vos. Sólo eso dijo y se puso a leer "un" su libro.
- Llegamos, le dije con un cantadito de amabilidad.
- Que bien
Miró por todos lados, como buscando entre la gente a la persona que llegaría. Le salían los ojos. Yo se los vi vos: azules como una tarde de cielo azul. Pensé en aquellos ojos que a mí me miran con odio, con mucha rabia. Porque aunque vos no lo creas, los ojos comunican. Yo como que puedo leer ya la mirada. Pero ese no es el caso de hoy. Los ojos de hoy eran unos ojazos listos para irradiar, iluminar y amar…
Me pagó y se bajó corriendo. Corrió a un punto fijo donde ya había ido la flecha de "cupido". A lo lejos la miré volar y abrazarse efusivamente a su amado.
Como es costumbre, siempre miro la parte de atrás de los asientos, para ver si no se olvidan de algo los pasajeros que llevo. Cabal me encontré con un libro que quedó tirado, el pobre. Leí la tapa, "cometas en el cielo", de un tal khaled. Levanté la vista para ver si ya venía por su libro, pero estaba volando ya, parada de puntillas, como una bailarina, sostenida por su amado. La gente, el pueblo, se hacían a un lado y sonreían con celos al ver aquella pareja que ignoró al pueblo, para ellos dos no existía el pueblo. Sólo estaban ellos dos en el jardín del edén.
Aproveché para echarle una hojeada al libro. Zas!, me encontré con unas páginas que decía:
" (…) me has preguntado sobre el pecado y quiero explicártelo ¿estás dispuesto a escuchar?
(…) - bueno dijo Baba (papá) (…) sólo existe un pecado, sólo uno. Y es el robo. Cualquier otro pecado es una variante del robo. ¿Lo comprendes?
-Cuando matas a un hombre, le robas la vida -dijo Baba-, robas el marido a una esposa y el padre a unos hijos. Cuando mientes, le robas al otro el derecho a la verdad. Cuando engañas, robas el derecho a la equidad. ¿Comprendes?
(…) -No existe acto más miserable que el robo -dijo Baba-. El hombre que toma lo que no es suyo, sea una vida o una rebanada de naan…, maldito sea. (…)"
En esas estaba cuando oí un gorgorito que "pititititiiiiiteaba" una y otra vez, y otra vez. Yo me hice el loco, seguí agachado, como que no era para mí. El señor policía se me acercó y dijo: "muévase!". Quise seguir "ojeando" el libro, pero me quedé en esa parte bonita, reflexiva y directa con el que iba el diálogo del papá Baba con su hijo.
-estoy esperando a aquellos señores, le dije señalándole con la boca.
Porque así como somos nosotros, un poco trompuditos, tal vez por mucho señalar con la boca, rematé "uuuullá vuuueeeee"
El señor policía levantó la vista y sonrío. Se dirigió a mí otra vez y dijo: "usted y yo nunca tendremos un recibimiento así"
- Malaya, dije, nunca
- Bueno, pero píteles pues, porque se nos paraliza el aeropuerto con este par de tórtolos
- Mejor voy a decirles que se apuren, le dije al poli.
La verdad, no esperaba que se fueran conmigo en el taxi, más bien se lo dije como una salida para hacerle creer al poli que era viaje exclusivo. Era para devolverle el libro a la señorita.
- Seño, se dejó su libro en el taxi, le dije
- Ah, vale, gracias, dijo.
El chavo que estaba sostenido en esos brazos de cielo azul dijo "hola" y se fue abrazadito con su amada.
Subía ya en "mi" taxi cuando un viejo barrigón, bigotudo y con señas de "mala leche", pidió el viaje. Yo me "santigué" por si acaso. Uno nunca sabe si le llegan a robar la felicidad de hacer felices a los otros cuando se les lleva en el taxi.
Que oficio más bonito este que tengo, toca de todo, pero lo de ese día, en el aeropuerto, nunca lo voy a olvidar. Es decir, me di cuenta que mi trabajo hace felices a las personas, sea cuales sean las situaciones, por lo menos en este mes de marzo, toca hacer felices a las personas.
Miré para arriba. El cielo estaba azul, busqué un barrilete y nada… me sacudí la cabeza, como espantando algo, estamos en marzo pensé.
Un "friyito" que me caló en los huesos me regresó a la ruta del tremendo tráfico de la hora en punto.
De repente me pague este señor, dije, aunque sea que me diga ¡gracias!, me doy por satisfecho de que lo he hecho feliz a él también; tal y como hice feliz a la señorita aquella, llevándola corriendo al aeropuerto a encontrarse con su felicidad.